«La calle», de Stephen Dobyns (1941)

Versión de Alejandro Bajarlia
Diciembre, 2023

La calle

El carpintero atraviesa la calle con un tablón dorado
sobre el hombro, del mismo modo que lleva las cargas
de su vida. Vestido de blanco, su única debilidad es
la tentación. Ahora construye otra pared que lo proteja.

La pequeña niña persigue a su malcriada pelota roja, la golpea
una vez con su raqueta azul, la golpea otra vez. Tiene que
enseñarle las reglas que deben seguir las pelotas y le enloquece
ver que ella la mira con malicia, luego le guiña un ojo.

La pareja oriental quiere bailar siempre así:
dando vueltas en una calle concurrida, mientras él la sujeta
de la cintura, ella se desliza sobre una rodilla y la música se eleva
desde los adoquines: algunos días Ravel, algunos días Bizet.

La novicia que se marcha va cantando para ella misma.
Ha visto la salvación del mundo dormida en una cuna
que cuelga de un árbol. La canción de la muchacha crea
la luz del sol, crea la brisa que mece la cuna.

El panadero ha tenido media idea. Ahora se para como un pilar
en espera de otra. Mira la harina blanca caer como la nieve,
cubriendo a la gente que primero intenta caminar, luego gatear,
luego volverse formas redondas: muchas rebanadas de pan.

El bebe raptado por su cruel madre es muy viejo y durante años
protagonizó filmes silentes. Intenta explicar que por accidente
fue cambiado por un bebé en un autobús, pero no halla
las palabras mientras se lo llevan a darle otro horrible baño.

El obrero visionario conjura primero un gran salón,
luego se para en el escenario y explica, explica:
adónde va el sol por la noche, adónde vuelan las moscas en invierno,
un atento público de perros y gatos apiñados escucha en silencio.

Sin saber nada unas de otras, estas nueve personas se rodean
en una estrecha calle de la ciudad. Cada una se concentra
en sus pasos con tal atención que ninguna puede ver
al vecino a su alrededor, moviéndose en círculos

exactamente distintos, pero exactamente similares: vidas idénticas
que comenzaron solas, pasaron solas, acaban solas: tan separadas
como puntos de luz en un cielo nocturno, tan separadas 
como estrellas y todo ese inmenso espacio oscuro entre ellas.

 

La calle (1933), Balthus

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

The Street*

Across the street, the carpenter carries a golden
board across one shoulder, much as he bears the burdens
of his life. Dressed in white, his only weakness is
temptation. Now he builds another wall to screen him.

The little girl pursues her bad red ball, hits it once
with her blue racket, hits it once again. She must
teach it the rules balls must follow and it turns her
quite wild to see how it leers at her, then winks.

The oriental couple wants always to dance like this:
swirling across a crowded street, while he grips
her waist and she slides to one knee and music rises
from cobblestones–some days Ravel, some days Bizet.

The departing postulant is singing to herself. She
has seen the world’s salvation asleep in a cradle,
hanging in a tree. The girl’s song makes
the sunlight, makes the breeze that rocks the cradle.

The baker’s had half a thought. Now he stands like a pillar
awaiting another. He sees white flour falling like snow,
covering people who first try to walk, then crawl,
then become rounded shapes: so many loaves of bread.

The baby carried off by his heartless mother is very old and
for years has starred in silent films. He tries to explain
he was accidentally exchanged for a baby on a bus, but he can
find no words as once more he is borne home to his awful bath.

First the visionary workman conjures a great hall, then
he puts himself on the stage, explaining, explaining:
where the sun goes at night, where flies go in winter, while
attentive crowds of dogs and cats listen in quiet heaps.

Unaware of one another, these nine people circle around
each other on a narrow city street. Each concentrates
so intently on the few steps before him, that not one
can see his neighbor turning in exactly different,

yet exactly similar circles around them: identical lives
begun alone, spent alone, ending alone–as separate
as points of light in a night sky, as separate as stars
and all that immense black space between them.


 

A propósito de Balthus

*Poema tomado del sitio The Poet Speaks of Art